Post by Admin on May 19, 2018 22:37:29 GMT 2
28-12-2013 Admin wrote:
Estupendo artículo escrito por Sara Yoheved Rigler y traducido por mí para Foro Reencarnación.
LA REENCARNACIÓN Y EL HOLOCAUSTO
Por qué algunos judíos piensan que han vuelto.
Encontrar un artículo sobre reencarnación en Scientific American es tan poco probable como encontrar una receta de chuletas de cerdo en un libro de cocina kosher. Por tanto me sorprendí cuando leí el artículo "Ian Stevenson's Case for the Afterlife: Are We "Skeptics" Really Just Cynics" en la revista online Scientific American del 2 de Noviembre de 2013. [Artículo al que hice referencia aquí.]
Su autor, Jesse Berin, profesor de psicología, es un escéptico autoproclamado. "Si eres como yo, que pongo los ojos en blanco cada vez que oigo palabras como "reencarnación" o "parapsicología...", escribe. Y su artículo es una lucha entre su propio escepticismo crónico y su honestidad intelectual al atreverse a examinar la investigación realizada por el Profesor Ian Stevenson, que fue director de Psiquiatría en la Universidad de Virginia.
El Profesor Ian Stevenson estudió meticulosamente los recuerdos de vidas pasadas de unos 3000 niños. Por ejemplo, una niña en Sri Lanka escuchó a su madre mencionar la ciudad lejana de Kataragama y procedió a decirle a su madre que ella se había ahogado allí cuando su "estúpido" hermano la había empujado al río. Mencionó hasta 30 detalles de su anterior hogar, familia, y vecindad. El Profesor Ian Stevenson fue a Kataragama y encontró a una familia que encajaba a la perfección con la descripción de la niña. Su hija de 2 años se había ahogado de hecho en el río mientras jugaba con su hermano, que sufría una enfermedad mental. El Profesor Ian Stevenson verificó 27 de las 30 afirmaciones que había hecho la niña.
Después de leer los informes de Stevenson, Jesse Bering admite a regañadientes: "Debo decir, que cuando los lees de primera mano, muchos son muy difíciles de explicar por medios racionales, no paranormales".
Bering declara: "Hacia el final de su vida, la física Doris Kuhlmann-Wilsdorf, cuyas teorías revolucionarias sobre física de superficie le valieron la prestigiosa medalla Heyn de la German Society for Material Sciences, conjeturó que el trabajo de Stevenson había establecido que "la probabilidad estadística de que la reencarnación ocurre de verdad es tan abrumadora... que por acumulación la evidencia no es inferior que para la mayoría, si no todas, de las ramas de la ciencia".
LA VISIÓN JUDÍA
Nosotros los judíos nunca aprendemos sobre reencarnación en la Escuela Hebrea. Pero si buscamos, descubrimos que hay referencias a la reencarnación en la Biblia y en comentarios tempranos, mientras que en la Kabbalah, la tradición mística judía, abundan las referencias a la reencarnación. El Zohar, el texto básico del misticismo judío (atribuído al rabí Shimon Bar Yochai, un sabio del siglo I, asume el gilgul neshamot (el reciclaje de las almas) como un hecho, y el Ari, el más grande de los cabalistas, cuyas enseñanzas decimosextas fueron grabadas en Shaar HaGilgulim, rastreó las reencarnaciones de muchas figuras bíblicas. Mientras que algunas autoridades como Saadia Gaon (siglo X) negaban la reencarnación como concepto judío, desde el siglo XVII en adelante, líderes rabís del judaismo, como el Gaon de Vilna y el Chafetz Chaim 2, se refirieron al gilgul neshamot como un hecho.
El Ramchal, el universalmente admirado erudito del siglo XVIII, explicó en su clásico "The Way of God": "Dios arregló las cosas de modo que las oportunidades del hombre de alcanzar la salvación estarían maximizadas. Una sola alma puede reencarnar un número de veces en distintos cuerpos, y de esta manera, puede reparar el daño hecho en previas encarnaciones. De manera similar, también puede alcanzar la perfección que no fue alcanzada en encarnaciones previas".
Sin embargo, muchos judíos sienten que creer que en la reencarnación es como creer en Santa Claus. Viola dos tabúes: es irracional y recuerda a otras religiones.
MI INFANCIA OBSESIONADA CON EL HOLOCAUSTO
Nacida en 1948 en Nueva Jersey, de padres americanos de segunda generación sin conexión familiar con el Holocausto, mi propia no creencia en la reencarnación dañó mi infancia de dos maneras: me dejó sin ninguna explicación lógica para mi obsesión por el Holocausto y mi odio por todo lo alemán. Y me llenó de furia contra un Dios que permitió el sufrimiento de judíos inocentes cuyo final fue en cámaras de gas de Auschwitz o en los pozos de Babi Yar.
Recuerdo muy bien el día, en el tercer curso de Escuela Hebrea, a la edad de 11 años, cuando me di cuenta de que yo no era "normal". Durante el recreo estaba sentada, con las piernas colgando, en la mesa de mi profesor favorito, el señor Feinstein. Le dije que mi padre había comprado una cámara de fotos alemana, y por supuesto yo no quería que me hiciese ninguna foto con ella. También me negué a comprar productos alemanes y nunca acepté montar en un Volkswagen. El señor Feinstein me preguntó si algún miembro de mi familia había muerto en el Holocausto. "No", respondí.
"¿Tus padres odian a los alemanes?", preguntó.
"Supongo que no. Nunca hablan del Holocausto", respondí, sin saber a dónde quería llegar.
"¿Entonces por qué odias tanto a los alemanes?"
Le miré fijamente, como si hubiera preguntado por qué me gustan los batidos de chocolate. "Todos los niños judíos odian a los alemanes", respondí, manifestando algo obvio.
El timbre anunció el final del recreo. Mis compañeros volvieron y se sentaron, mientras yo estaba aún sentada en la mesa del profesor. El señor Feinstein les lanzó una pregunta: "¿Cuántos de vosotros odiáis a los alemanes?"
Alcé mi mano. Harry Davidov la alzó a medias. Nadie más se movió.
El señor Feinstein me miró sin decir una palabra. Me escurrí de su mesa, sintiéndome rara, separada de mis amigos, una especie distinta, un patito feo.
¿Cómo podía ser que mis pasiones íntimas no fueran comunes a todos los niños judíos? ¿De dónde venían? ¿Quién las había originado? Me sentía como si acabara de descubrir que era adoptada. Mis suposiciones eran falsas, la genealogía de mis pasiones más íntimas se encogió en confusión.
Al comienzo del noveno curso tuve un sueño que me dejó aún más desconcertada. Todos en el noveno curso tuvieron que elegir una lengua para estudiar en los siguientes tres años. Nuestras opciones eran: francés, español, alemán y latín. Todos mis amigos eligieron francés o español. Yo elegí alemán. Cuando mis sorprendidos amigos me preguntaron por qué, les respondí: "Conoce a tu enemigo. Quiero leer Mein Kempf en la lengua original".
Al final de mi primera semana de estudiar alemán, después de dos clases y una práctica repitiendo "Guten tag, Freulein Hess", tuve un sueño complicado. Me desperté en la mitad del sueño, temblando. Yo y todos los que aparecían en el sueño habían estado hablando alemán fluido.
Tratar de entenderme a mí misma sin el concepto de la reencarnación era como tratar de hacer un puzzle con solo la mitad de las piezas.
LA REENCARNACIÓN Y EL HOLOCAUSTO
Por qué algunos judíos piensan que han vuelto.
Encontrar un artículo sobre reencarnación en Scientific American es tan poco probable como encontrar una receta de chuletas de cerdo en un libro de cocina kosher. Por tanto me sorprendí cuando leí el artículo "Ian Stevenson's Case for the Afterlife: Are We "Skeptics" Really Just Cynics" en la revista online Scientific American del 2 de Noviembre de 2013. [Artículo al que hice referencia aquí.]
Su autor, Jesse Berin, profesor de psicología, es un escéptico autoproclamado. "Si eres como yo, que pongo los ojos en blanco cada vez que oigo palabras como "reencarnación" o "parapsicología...", escribe. Y su artículo es una lucha entre su propio escepticismo crónico y su honestidad intelectual al atreverse a examinar la investigación realizada por el Profesor Ian Stevenson, que fue director de Psiquiatría en la Universidad de Virginia.
El Profesor Ian Stevenson estudió meticulosamente los recuerdos de vidas pasadas de unos 3000 niños. Por ejemplo, una niña en Sri Lanka escuchó a su madre mencionar la ciudad lejana de Kataragama y procedió a decirle a su madre que ella se había ahogado allí cuando su "estúpido" hermano la había empujado al río. Mencionó hasta 30 detalles de su anterior hogar, familia, y vecindad. El Profesor Ian Stevenson fue a Kataragama y encontró a una familia que encajaba a la perfección con la descripción de la niña. Su hija de 2 años se había ahogado de hecho en el río mientras jugaba con su hermano, que sufría una enfermedad mental. El Profesor Ian Stevenson verificó 27 de las 30 afirmaciones que había hecho la niña.
Después de leer los informes de Stevenson, Jesse Bering admite a regañadientes: "Debo decir, que cuando los lees de primera mano, muchos son muy difíciles de explicar por medios racionales, no paranormales".
Bering declara: "Hacia el final de su vida, la física Doris Kuhlmann-Wilsdorf, cuyas teorías revolucionarias sobre física de superficie le valieron la prestigiosa medalla Heyn de la German Society for Material Sciences, conjeturó que el trabajo de Stevenson había establecido que "la probabilidad estadística de que la reencarnación ocurre de verdad es tan abrumadora... que por acumulación la evidencia no es inferior que para la mayoría, si no todas, de las ramas de la ciencia".
LA VISIÓN JUDÍA
Nosotros los judíos nunca aprendemos sobre reencarnación en la Escuela Hebrea. Pero si buscamos, descubrimos que hay referencias a la reencarnación en la Biblia y en comentarios tempranos, mientras que en la Kabbalah, la tradición mística judía, abundan las referencias a la reencarnación. El Zohar, el texto básico del misticismo judío (atribuído al rabí Shimon Bar Yochai, un sabio del siglo I, asume el gilgul neshamot (el reciclaje de las almas) como un hecho, y el Ari, el más grande de los cabalistas, cuyas enseñanzas decimosextas fueron grabadas en Shaar HaGilgulim, rastreó las reencarnaciones de muchas figuras bíblicas. Mientras que algunas autoridades como Saadia Gaon (siglo X) negaban la reencarnación como concepto judío, desde el siglo XVII en adelante, líderes rabís del judaismo, como el Gaon de Vilna y el Chafetz Chaim 2, se refirieron al gilgul neshamot como un hecho.
El Ramchal, el universalmente admirado erudito del siglo XVIII, explicó en su clásico "The Way of God": "Dios arregló las cosas de modo que las oportunidades del hombre de alcanzar la salvación estarían maximizadas. Una sola alma puede reencarnar un número de veces en distintos cuerpos, y de esta manera, puede reparar el daño hecho en previas encarnaciones. De manera similar, también puede alcanzar la perfección que no fue alcanzada en encarnaciones previas".
Sin embargo, muchos judíos sienten que creer que en la reencarnación es como creer en Santa Claus. Viola dos tabúes: es irracional y recuerda a otras religiones.
MI INFANCIA OBSESIONADA CON EL HOLOCAUSTO
Nacida en 1948 en Nueva Jersey, de padres americanos de segunda generación sin conexión familiar con el Holocausto, mi propia no creencia en la reencarnación dañó mi infancia de dos maneras: me dejó sin ninguna explicación lógica para mi obsesión por el Holocausto y mi odio por todo lo alemán. Y me llenó de furia contra un Dios que permitió el sufrimiento de judíos inocentes cuyo final fue en cámaras de gas de Auschwitz o en los pozos de Babi Yar.
Recuerdo muy bien el día, en el tercer curso de Escuela Hebrea, a la edad de 11 años, cuando me di cuenta de que yo no era "normal". Durante el recreo estaba sentada, con las piernas colgando, en la mesa de mi profesor favorito, el señor Feinstein. Le dije que mi padre había comprado una cámara de fotos alemana, y por supuesto yo no quería que me hiciese ninguna foto con ella. También me negué a comprar productos alemanes y nunca acepté montar en un Volkswagen. El señor Feinstein me preguntó si algún miembro de mi familia había muerto en el Holocausto. "No", respondí.
"¿Tus padres odian a los alemanes?", preguntó.
"Supongo que no. Nunca hablan del Holocausto", respondí, sin saber a dónde quería llegar.
"¿Entonces por qué odias tanto a los alemanes?"
Le miré fijamente, como si hubiera preguntado por qué me gustan los batidos de chocolate. "Todos los niños judíos odian a los alemanes", respondí, manifestando algo obvio.
El timbre anunció el final del recreo. Mis compañeros volvieron y se sentaron, mientras yo estaba aún sentada en la mesa del profesor. El señor Feinstein les lanzó una pregunta: "¿Cuántos de vosotros odiáis a los alemanes?"
Alcé mi mano. Harry Davidov la alzó a medias. Nadie más se movió.
El señor Feinstein me miró sin decir una palabra. Me escurrí de su mesa, sintiéndome rara, separada de mis amigos, una especie distinta, un patito feo.
¿Cómo podía ser que mis pasiones íntimas no fueran comunes a todos los niños judíos? ¿De dónde venían? ¿Quién las había originado? Me sentía como si acabara de descubrir que era adoptada. Mis suposiciones eran falsas, la genealogía de mis pasiones más íntimas se encogió en confusión.
Al comienzo del noveno curso tuve un sueño que me dejó aún más desconcertada. Todos en el noveno curso tuvieron que elegir una lengua para estudiar en los siguientes tres años. Nuestras opciones eran: francés, español, alemán y latín. Todos mis amigos eligieron francés o español. Yo elegí alemán. Cuando mis sorprendidos amigos me preguntaron por qué, les respondí: "Conoce a tu enemigo. Quiero leer Mein Kempf en la lengua original".
Al final de mi primera semana de estudiar alemán, después de dos clases y una práctica repitiendo "Guten tag, Freulein Hess", tuve un sueño complicado. Me desperté en la mitad del sueño, temblando. Yo y todos los que aparecían en el sueño habían estado hablando alemán fluido.
Tratar de entenderme a mí misma sin el concepto de la reencarnación era como tratar de hacer un puzzle con solo la mitad de las piezas.